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jueves, 30 de septiembre de 2010

La corta historia de unos saladitos

En el Ipod sonaba Vetusta Morla. A las cinco de la mañana prefería escuchar su música antes que los ruidos de la noche. La noche se acababa y empezaba el día. Había salido de su casa hacía casi 7 horas. Los tres minis de kalimotxo, las dos cervezas y el ron con cola había hecho que el bocata de jamón se quedara en menos de nada. Iba mareado si, pero sobre todo tenía hambre, mucha hambre.

Ahora sonaba Lori Meyers, giró a la derecha bajó la calle apenas unos 50 metros y se paró frente a un bar. Estaba abierto. Un bocadillo de magra con tomate no vendría nada mal. Miró la cartera. Apenas 3 euros. ¿Cuánto valdría? O mejor aun, ¿lo dejarían entrar con aquellas pintas? Pasó. Continúo calle abajo, ahora giró a la izquierda y salió a una calle mucho más grande. El frío de la noche le pegó de golpe en la cara. Maldijo el volver a casa solo y el maldito frío que hacía, y sobre todo maldijo el no haber sacado una chaqueta.

Tras algo más de 10 minutos andando, los pies le dolían del frío, la cabeza le daba vueltas y el estomago le crujía. Ni se dio cuenta. Tuvo que pasar dos veces delante de ella. Una panadería estaba abierta. Eran ya cerca de las cinco y media de la mañana. No se lo penso. Intento abrir la puerta pero estaba cerrada. Dentro había luz. Tocó insistentemente. Se asomó un hombre con la cara típica que tienen las personas que a las cinco y media de la mañana estan trabajando un sabado. "Estamos cerrados ¿que quieres?" el que quieres sonó más intimidatorio que interrogatorio. "Comida". "No tenemos nada, vete" le dijo, señalandole que continuara. Tal vez fue el alcohol que llevaba acumulado, tal vez fue el hambre o tal vez simplemente le salió. "¡¡¡Que no tienes nada!!! venga ya!! entonces que haces aquí. Solo quiero unos saladitos, una empanadilla o algo, venga ya!!! ¿Es que te crees que no te lo voy a pagar?"

Le daría pena o lo que fuera pero al rato salió con una bolsa de saladitos y dos empanadillas. "¿Cuanto llevas?" Se puso a recontar "Dos euros y setenta centimos" Le cogió el dinero y le dio la comida.

En los bancos de enfrente de su casa a las 6 de la mañana mientras sonaba De momento de los Aslandticos en el IPod, aquel desayuno le pareció el mejor del mundo. El frío se había ido. Estaba amaneciendo.



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